miércoles, 6 de noviembre de 2019

Yaco


Se acaba de subir en el coche patrulla, giró las llaves del Nissan Patrol, puso su cinta de los Creedence Clearwater Revival, subió el volumen y se dispuso a conducir para volver a ver a su mejor amigo mientras le invadían los recuerdos. Lo primero que siempre le venía a la mente eran los ojos de Yaco cuando se lo asignaron en la Escuela de Adiestramiento de El Pardo, supo desde el primer momento que formaban el binomio perfecto. Aquel Pastor Aleman de pelo corto, ojos marrones brillantes y orejas puntiagudas estaba lleno de vida y supo desde su primer entrenamiento juntos que lo que más iba a disfrutar Yaco era trabajar con él en la seguridad y rescate de personas.

Cuando Toni llegó a su puesto definitivo en Santiago de Compostela pidió que Yaco le acompañara en su apartamento del cuartel, pero se lo denegaron, los perros de la cinológica siempre dormían en los cheniles habilitados para ello, por lo menos en ese cuartel. Poco tardó en sacar a su amigo de allí con la complicidad de sus compañeros. Fue la segunda noche que dejó a Yaco en el chenil, cuando cerró la puerta miró dentro y vió al pequeño de 8 meses mirándole con esos ojos brillantes, sentado, mirando a la persona que más quería en el mundo, él le dijo “A mi tampoco me gusta dejarte sólo”, Yaco giró la cabeza intentando comprender lo que decía Toni, “A la mierda, te vienes conmigo”. Abrió la puerta y desde entonces ninguno de los dos volvió a dormir sólo, y aunque todos los compañeros sabían que se estaba incumpliendo la normativa, ninguno hablaba porque todos sabían que aquello no podía hacer daño a nadie, y volver a separarlos podría hacer mucho daño a los dos.

Aún recodaba Toni cuando Yaco debutó en su primera intervención, fue un 13 de abril, Yaco acababa de cumplir un año y dos meses. Toni estaba seguro de que Yaco podría haber salido a trabajar mucho antes, el trabajo que habían hecho desde el primer día de entrenamiento era espectacular y Yaco era capaz de encontrar un rastro a kilómetros de distancia, además nunca había visto a ningún perro correr hacia el foco del olor con tanta alegría, con tantas ganas de trabajar, de superar esos retos y de conseguir su juego y sus premios. En aquella primera intervención tuvieron que encontrar a una mujer que llevaba 48 horas desaparecida, para Yaco fue fácil, después de dos horas de búsqueda, cuando Toni estaba apunto de darle descanso, Yaco de repente levantó la trufa del suelo, empezó a ventear y puso las orejas tiesas, ahí empezó a ladrar y echó a correr, al llegar Toni donde había ido Yaco lo vió intentando jugar con una mujer anciana que pedía ayuda porque se había desorientado. Yaco había terminado con el mayor éxito posible su primera misión.

De repente se humedecieron los ojos y una lágrima resbaló por sus mejillas, Toni recordaba el día en que sus superiores le dijeron que Yaco tenía que retirarse, con 7 años, Toni sabía que Yaco aún podía dar mucho más, pero sabía que esa lucha estaba perdida, decidió darle la vida que merecía y convenció a su hermano de que se lo quedara en su chalet de Valencia, allí junto con el Border Collie de su hermano sabía que sería feliz.

Desconectó la radio, salió del coche y tocó al timbre. Hacía 5 meses que no veía a Yaco, le temblaban las piernas y sentía que el estómago se le salía por la boca, nunca había tenido tantas ganas de verle. Se abrió la puerta, pero en lugar de aparecer su viejo amigo con canas como solía pasar cuando notaba su olor en la entrada, salió su cuñada, con los ojos rojos, parecía haber llorado mucho. Cuando ella vió a Toni se derrumbó, no conseguía articular palabra y las lágrimas salían a borbotones de sus ojos. Toni creía saber lo que pasaba pero no quería asimilarlo, no podía ser. Cuando consiguió tranquilizar a su cuñada y le hizo la pregunta más dura que ha hecho en su vida, ella le contestó que Yaco había muerto esa mañana, cuando se levantaron él no se despertaba. Toni sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos, entró y vió a Yaco encima de una mesa con el veterinario, sus ojos ya no brillaban. Se acercó despacio, le dio un beso, lo abrazó y lloró en su lomo, lloró tanto que aunque ya no estuviera allí sabía que Yaco allá donde estuviera notaba el dolor que le provocaba su pérdida.


“No hay persona que pueda provocar tal sentimiento de fidelidad eterna”

martes, 7 de noviembre de 2017

Pozo Alcón

No hacía más que despuntar el alba cuando una fuerte corazonada me hizo abrir los ojos, una pequeña sensación de confusión me hizo dudar, pero a los pocos segundos recordé qué día era y qué me hacía volver a estar en aquella tierra que guarda lo que más aprecio, mis eternos compañeros de viaje.

Cada lapso de tiempo que pasaba entre viaje y viaje, entre encuentro y encuentro, pasaba por mi vida como una fugaz ráfaga de aire, aire que se detenía al volver a ver a mis hermanos y sus corceles a motor.

Como siempre, no teníamos muy clara la empresa que nos había deparado aquella nueva aventura, pero sabíamos que volveríamos a llevarla a cabo juntos.

Todo empezaba donde siempre y como siempre, aunque no con los de siempre. Si hay algo curioso en la vida es que es finita y bastante corta y casi nunca te deja saber lo que vas a dejar detrás de ti. Probablemente Juan Fulgencio no pudo llegar a imaginar lo que había empezado cuando decidió calzarse sus botas y sus pantalones de cuero para montarse en su vespa por primera vez, aunque me reconforta pensar que desde algún sitio ve a sus nueve caballeros, y medio… y se le encoje el corazón de orgullo al vernos rodar juntos. Dejadme que os cuente brevemente quienes éramos los que lidiaríamos con curvas, caminos y algún que otro asiento de mal agüero.

Aquellos ya conocidos y presentados no merecen más presentación por ser más antiguos, pero si ser nombrados por el bien del que os escribe. Ellos son Juan “El grande”, Antonio “El Tronki”, Juan “El pequeño”, Guillermo, Paco y Perico.

Desde la última vez que os conté nuestras venturas, habían llegado a nuestro lado dos nuevos compañeros de viaje…y medio. El primero, Agüera, llevaba ya con nosotros bastante tiempo, lo apodaban “el tortuga”, aunque nunca quiso explicarnos el motivo sospechábamos que era por la dura coraza que usaba para montar. Él, junto con Paco, eran los creadores del dibujo que llevábamos a nuestras espaldas y que representaba todo lo que hoy somos.

Algo más tarde llegó Mario “Chispas”, aunque ninguno de nosotros sabría decir exactamente cuándo fue, porque parecía que llevaba con nosotros toda la vida, quizá El Tronki sea el que mejor recuerde el momento en que las posaderas de nuestro hermano Chispas aparecieron por primera vez delante de sus ojos ya que a menudo le gusta recordárnoslo.

Por último, resta contar cómo Joaquín apareció en nuestro camino. La misma mañana en que nos disponíamos a emprender el duro camino que lleva a la Sierra de Cazorla, en la posada en la que tomamos el desayuno había un personaje algo misterioso pero cuya sonrisa despistaba sus intenciones. Cuándo ya más de uno se había fijado en aquel personaje, se levantó y se acercó sin perder la sonrisa hacia nosotros, fue entonces cuando dijo “Me han dicho que hoy partís rumbo a Pozo Alcón, ¿Podría unirme a vosotros?” Su atuendo, poco usual para un hombre con un buen corcel, extrañó a más de uno, pero su sonrisa parecía sincera y decidimos aceptar aquel nuevo compañero de viaje al que habría que ir conociendo. Y por último pero no menos importante Paco había decidido llevar como escudero a Salva, de buen corazón nos dijo que era y realmente así pudimos comprobarlo a lo largo de los días siguientes.

Esos éramos los once que emprendíamos camino y que compartiríamos aquellos días de viaje.

CAMINO A POZO ALCÓN

La travesía comenzaba como siempre, atrás volvía a quedar el Santuario de nuestro querido pueblo y por delante el asfalto y el olor a combustible de nuestros corceles. Pronto entrábamos en la Sierra del Segura, donde aún podíamos sentir el frescor de la mañana cuando pasábamos por los pocos humedales que quedaban en esta época del año.

Todos andábamos en nuestros pensamientos, disfrutando del paisaje, hasta que en la bajada de uno de los puertos de la sierra nos encontramos con otro entrañable aventurero que viajaba en su corcel sin motor, al que él mismo llamaba bicicleta. No sabemos cómo ni por qué, nuestro compañero Agüera se entretuvo con él cruzando palabras y adelantamientos, al parecer nos contó después Agüera que el manejo de su corcel sin motor era digno de ser estudiado por el más sabio de los físicos para comprender cómo podía alcanzar tales velocidades sin motor, a Juan el grande no le convencía mucho la historia, pero sólo cada uno conoce y entiende sus propias vivencias.

Fue poco después cuando pudimos ser testigos de una de las mayores tragedias que le pueden acontecer a parajes como los de aquellas sierras, un incendio cuyas llamas no llegábamos a ver pero que desprendían un denso humo que llegaba hasta nosotros con ese olor melancólico de algo que, cuando vuelva a ser, nosotros probablemente habremos dejado de ser.

Paramos entonces en Yeste a repostar y descansar nuestros riñones. Parecía que el lugar en el que paramos a repostar era pequeño y estaríamos un buen rato para volver a estar listos para partir, pero entonces las amables gentes de Yeste se acercaron a nosotros y fuimos testigos de la hospitalidad que aquella tierra rinde a quienes se acercan a ella. “Trae pa cá anda que tengo ahí el coche parao y no hay cojones a que acabéis” dijo un amable paisano “Venga va va que no tengo toa la mañana, esta ya está lista, acerca la siguiente cojoneh” Nos decía aquel simpático caballero. Y cuando ya estábamos listos para volver al camino, fue Salva quien nos dijo que algo le pasaba a su corcel, que se había quedado durmiendo y no despertaba, empezó entonces una agitada conversación sobre qué le podía pasar, “Será la gripe aviar” decía uno de los compañeros, “Yo creo que del calor lo que le ha pasado es que se ha secado”, “Que va, tiene sueño y ya está” Mientras esta discusión tenía lugar Salva se encontraba ya subido en su montura como si nada hubiera pasado con su corcel, listo para seguir dando guerra, y vaya si la daría.

Entre curvas y preciosos y verdes paisajes llegamos poco más tarde a Venta Tiziano, un pequeño refugio en mitad de aquel paraíso. Refugio de lúpulo, cereales y malta y también de algún que otro gorrino despistado de esos que quedan entre muela y muela, y que hacen disfrutar hasta al más exquisito paladar de La Mancha. Entre conversaciones y algún que otro benjamín curioso llegamos al final de aquel almuerzo con más fuerzas que nunca y con menos hambre que de costumbre.
Fue entonces cuando decidimos reanudar la marcha hacia nuestro destino. La alegría del espíritu que provocaba la digestión del lúpulo nos hacía predecir una buena ruta, pero no teníamos ni idea de las venturas que aún nos deparaban las arduas curvas de aquella sierra. Unas cuantas acrobacias sobre su corcel le dio tiempo a enseñarme a Mario (Que yo intentaba imitar con escaso éxito) antes de tropezarnos con un susto, por suerte el único que nos deparaba aquel viaje, y es que el corcel de Salva se encontraba tirado en el suelo. Cómo y por qué pasó aquello sólo Salva lo sabe, pero cuenta la leyenda que es tan rudo y fuerte que antes de darse de frente con una señal de tráfico consiguió arrancarla de una patada (Por lo que cuentan, la señal la habían colocado ahí “Los Leones”, una peligrosa banda de maleantes de aquellas tierras).

Reanudamos así la marcha ya todos juntos, fuimos trazando la delgada frontera entre Andalucía y La Mancha durante unos cuantos kilómetros, dejando a nuestra izquierda la imponente cima de La Sagra para rodearla y parar fugazmente en Huescar con la intención de refrescar nuestros gaznates y tomar una decisión acerca de dónde parar a descansar antes de llegar finalmente a nuestro destino. Fue entonces cuando recordamos lo bien que se come en Castril y el frescor que su río y su montaña regalan a prontas horas de la tarde, además allí nos esperaba Eva, eterna compañera de viaje de Guillermo, que compartiría una animada comida con nosotros.

Si bien es cierto que las horas en estas compañías pasan rápido no es menos cierto que después de unas cuantas horas de viaje los riñones y las nalgas van susurrando a nuestras mentes que va siendo hora de llegar al destino. Fue ese natural impulso el que nos llevó a reanudar la marcha hacia nuestro destino final. Pero los pocos kilómetros que restaban hasta Pozo Alcón no quedarían exentos de los delirios mentales de Juan el pequeño y el Tronki, que decidieron jugarse, en una igualada justa, el almuerzo del día siguiente, con la mala fortuna de que entre lance y lance el resto del grupo conseguimos encontrar el último y sinuoso tramo que nos llevaba a la posada donde pernoctaríamos las dos siguientes noches. Y digo sinuoso camino porque todos, excepto los dos combatientes ausentados, sentimos que la última parte de la travesía tardaba más en realizarse que todo el resto de ella, además sin saber bien si acabaríamos en la madriguera de algún jabalí, que más tarde descubriríamos que las había, o en la recóndita posada.

En la puerta de la hospedería aguardaba el posadero y su esposa, o la posadera y su esposo, porque no era difícil comprender quien ejercía la responsabilidad de enfundarse unos buenos pantalones por la mañana y quién decidía dedicarse a las tareas de mantenimiento y limpieza de la piscina, funciones ambas altamente respetables. Mientras nos mostraban nuestros aposentos escuchamos el galopar de los corceles combatientes entrando en las cuadras llenos de tierra, sudor y barro por el arduo combate librado, y tras una breve sinopsis de lo que había acontecido los dos posaderos decidieron abandonarnos a nuestra suerte dejándonos las llaves de aquella bonita casa.

“Vamos a por algo de cena y de bebida al pueblo más cercano” acertó a decir Paco una vez que estábamos todos acomodados, a lo que Joaquín, Guillermo y Chispas se sumaron para acompañarlo en algo que a priori la única dificultad que entrañaba era que tendrían que llevarse los corceles más robustos para poder aprovisionarse de todo lo que necesitaban once grandes y vacíos estómagos. Pero nunca sabemos en qué esquina nos aguardan los giros del destino y no supimos nada de ellos hasta unas horas más tarde. Horas que los que allí nos quedamos pasamos entre chapuzones e interesantes conversaciones, conversaciones que se volvieron aún más interesantes cuando regresó el resto de la expedición con los vivieres. Al parecer Pozo Alcón esos días disfrutaba de sus fiestas patronales y sus paisanos esos días no abrían los negocios, lo cual obligó a nuestros compañeros a galopar unos cuantos kilómetros con el sol a sus espaldas hasta un pueblo algo más lejano. Cuentan que aquellos andaluces vieron con ojos curiosos como cargaban sus alforjas de quesos, embutidos y vinos, cuentan que se les acercaban a preguntar de dónde eran, porque aquellas gentes jamás habían visto unos corceles parecidos.

Todo lo que mi mente consigue recordar después de aquello es una noche estrellada, unos estómagos llenos y una música y unos cigarros cuyo olor se mezclaba con el jazmín de la noche. De fondo y a unos kilómetros la música y las luces de Pozo Alcón nos hacían augurar un día venidero cuanto menos curioso, y la música y la compañía que allí teníamos no hacía más que agrandar el recuerdo de aquella noche cuyo final se desvanece en mi memoria como el humo de aquellos cigarros en la agradable noche de la sierra andaluza, tan sólo unos chapoteos en la piscina y unas raquetas de ping pong consiguen mezclarse entre mis sueños y lo que realmente allí se vivió.  “En los días más oscuros y cuánto más lejos estéis unos de otros recordad aquella noche, recordad aquellas conversaciones, aquellos momentos y os aseguro que las horas malas pasarán infinitamente más deprisa”.

La mañana siguiente aconteció tranquila, un desayuno sobre las sobras de la cena anterior acompañó la conversación sobre lo que el día nos deparaba. Todos excepto Joaquín y yo decidieron quedarse disfrutando de la piscina y el entorno, mientras que nosotros dos fuimos a inspeccionar las solitarias tierras que rodeaban aquella posada y que llegaban casi hasta la entrada a Pozo Alcón. Debía ser la una del mediodía cuando decidimos acercarnos con nuestros corceles a disfrutar del ambiente festivo de una feria como aquella. Al entrar en el bullicioso pueblo de nuevo los ojos indiscretos de aquellos andaluces se posaban disimulados en nuestras monturas, y los oídos de las bellas andaluzas se endulzaban con el relinchar de nuestros corceles, que tras unos pequeños ajustes logísticos, quedaron perfectamente reposados a la entrada de la calle principal.

Poco tuvimos que andar hasta encontrarnos con el rincón que Juan el pequeño andaba buscando. Flamenco, cervezas frías y un buen ambiente ferial nos hicieron quedarnos al amparo de aquella agradable barra durante algunos minutos, o quizá fueron horas, es difícil saberlo cuando agradables conversaciones, generosa comida y agradables camareras estuvieron presentes durante todo el aperitivo. Pero nuestros estómagos se abrieron y decidimos ir a comer algo más contundente al “Bar La Unión” que nos habían recomendado los paisanos durante el aperitivo, y vaya si bien recomendado, jamás había encontrado un servicio más atento y cordial, sólo os diré que cuando le preguntamos por la especialidad de la casa, aquel amable metre nos contestó “¡Anda pos si aquí está tó bueno! Mira, tenemos unas gambas que son de confianza, llevan aquí un año”, profesionalidad y saber estar el de aquel caballero.

Y después de aquella profusa comida decidimos que era momento de volver a la posada a reposar y coger fuerzas para la noche, y de nuevo entre juegos y sueños pasaron las siguientes horas de la tarde.
Cuando ya parecía que la noche iba a dejar paso a una corta velada en casa previendo el viaje de vuelta del día siguiente,  de nuevo un golpe del destino lo cambió todo, el ruido de un inmenso carro de caballos nos llevó a todos a la puerta debido a la curiosidad despertada por los motivos que podían llevar a cualquier ser vivo a acercarse a aquellas remotas tierras.

Buenas noches caballeros, me manda el consejo ferial de Pozo Alcón a recogerlos, es tal la simpatía que han despertado en mis paisanos que me han pagado el viaje para traerlos y llevarlos y que conozcan bien la feria de noche.”

Evidentemente tal invitación no podía quedar desatendida, y así fue como los once llegamos en aquel majestuoso carro de caballos a la feria de noche de Pozo Alcón. Una vez allí y tras una breve cena, animados por el pensamiento de aprovechar nuestra última noche en la sierra andaluza, decidimos calentar las gargantas y las ideas en el centro neurálgico de la fiesta. Además nuestro carro no salía hasta altas horas de la madrugada y en algo debíamos ocupar nuestras mentes mientras tanto.

Algunos decidimos probar las atracciones de aquella feria, otros simplemente mirar como los feriantes se reían de los más ingenuos, pero todos acabamos en la carpa principal del pueblo cantando y bailando con los más jóvenes. Por desgracia las energías se iban agotando y algunos de nosotros empezábamos a tener más ganas de planchar la oreja que de animar aquel jolgorio, y fueron Agüera y Chispas quienes sin previo aviso sintieron la llamada, y bien es sabido que cuando sientes la llamada ninguna fuerza terrenal puede impedirte intentar llegar al paraíso, sea cual sea el obstáculo que haya delante. Los demás conseguimos esperar a que viniera a recogernos el carro, aunque a algunos les pilló en la cúspide del jolgorio y a otros nos pilló con un leve susurro en la oreja. Cuentan los que lo recuerdan, que la vuelta a la posada, tanto de los viandantes como del resto, fue digna de novelar en los mejores escritos por los misteriosos animales y los brutos ritos de orientación que allí se dieron, pero como no creo que ningún escritor sea capaz de reflejar con veracidad lo que allí aconteció, quedará sólo en las mentes de aquellos afortunados que lo vivieron.

Y como siempre, aunque el viaje de vuelta sea disfrutado por la conducción en compañía de lo más fieles compañeros de viaje, cuando miras hacia atrás es lo que menos quieres recordar, porque es el preludio de un leve periodo de tiempo hasta la próxima aventura juntos. Por tanto tan sólo recordaré que en aquel viaje de vuelta se fraguó el siguiente viaje que volvería a reunir a “Los Auténticos”, a “Todos Los Auténticos” (¿Verdad Tronki? ;) ;) ) y que cuando llegue el momento os contaremos.



“Cuando más perdidas vaguen vuestras almas, y cuanto más perdido sintáis vuestro corazón, recordad aquellos momentos y recordad que volverán para reconfortar el espíritu.”

sábado, 2 de abril de 2016

Por cierto, soy economista

Que maravilloso es el azar o la supersimetría que han permitido que hoy pueda estar escribiendo estas palabras. Es lo que uno piensa cuando se da cuenta de que es maravilloso tener la oportunidad de descubrir, porque el simple hecho de vivir está profundamente relacionado con el descubrir. Yo diría, incluso, que es prácticamente lo mismo.

Muchas veces estamos cegados por una sociedad que nos enseña, que la máxima de la vida es conseguir el mayor beneficio económico posible. Es evidente, y ya está más que trillada la verdad, de que el dinero ayuda a vivir de una forma decente, pero hoy he tenido la oportunidad de descubrir un documento inspirador. Se trata de un documental sobre el trabajo y los resultados del experimento que permitió descubrir el Bosón de Higgs en la física experimental, algo que había descubierto Peter Higgs en la física teórica y que pudo ver como se demostraba empíricamente en vida. Pero no voy a hablar ahora de un descubrimiento brutal para la humanidad, porque mi conocimiento de la física es vergonzoso y los que aman de verdad la física y dedican su vida a ella merecen que se trate ese tema con mucha seriedad y disciplina.

Pero si que hay una anécdota curiosa, y es que el día antes de la primera prueba de este experimento uno de los físicos implicados en el experimento da una rueda de prensa y en ella surge la siguiente pregunta:

-¿Me podría decir cuál es el beneficio económico de este experimento, es decir, cómo se podrá sacar rendimiento a lo que aquí se descubra? Por cierto, soy economista.

Como economista sentí vergüenza al escuchar una pregunta así en un momento como ese. Y es que probablemente muchas veces pequemos de estar demasiado contaminados por una cultura de los capitales, las utilidades (económicas), los beneficios... Al final lo reducimos todo a eso, sin tener en cuenta otra cosa. Desde pequeños sólo se busca que estudiemos para tener un buen futuro en el que poder mantener una familia y vivir tranquilos, pocas veces se nos estimula o nos dejamos llevar sin tener en cuenta si nuestro tiempo es aprovechado para la finalidad del dinero, sólo para crear, pensar, perder (o ganar) el tiempo. ¿Sabéis cual fue la respuesta del físico a una pregunta tan mundana?

- Me pregunta el señor economista si nuestro experimento tendrá beneficios económicos...Sinceramente, no tengo ni idea, ni me interesa saberlo. (Pensad ahora que te hagan una pregunta como esta después de estar trabajando desde 1995 en un experimento con la finalidad de descubrir algo increíble para la forma de entender nuestro universo).

¿Creéis que el que crea una poesía o un cuadro o se pasa horas metido en un laboratorio investigando piensa en el beneficio económico que sacará con el libro, con el cuadro o con la patente del descubrimiento? Yo lo dudo mucho, buscan la satisfacción de la creación, del descubrimiento, del ser útil para los que te rodean, de provocar una lágrima, una reflexión o explicar por qué hoy puedo estar escribiendo en un ordenador.

Así que disfrutad del descubrir de todos los días y pensad que descubrir no significa algo sentimentalmente positivo siempre, puedes descubrir cosas que te decepcionen, que te asusten, que te den vértigo, pero si somos capaces de mirarlo con una cierta perspectiva y mirarlo desde un punto de vista más amplio nos daremos cuenta de que toda experiencia es buena para conocer y aumentar lo que sabemos...y eso es maravilloso.


martes, 2 de febrero de 2016

Muros de humo

Hay veces en las que notas como todo el peso de la atmósfera se estrella contra tu pecho. Sientes como cuesta respirar, como cuesta dar el siguiente paso hacia delante. Días en los que se nos pone delante un muro que parece indestructible, que no se puede trepar, que no se puede rodear, un muro al que nos da miedo enfrentarnos y que muchas veces intentamos destruir a base de cabezazos.

Pero hay quienes hemos tenido la suerte de que antes de que esos cabezazos nos destrocen a nosotros hemos contado con un momento de lucidez provocado por una vocecita de fuera que te dice que pares, que es inútil destruir con golpes algo que ni siquiera existe. Y resulta que esa voz que venía de fuera te hace cambiar de perspectiva y lo que antes era fuera ahora se ha convertido en dentro, y ese muro contra el que luchabas y que veías tan real lo habías creado tu mismo, y que te estabas dando cabezazos contra una pared que habías levantado tú, ladrillo a ladrillo. Continúas alejándote para verlo todo con más perspectiva aún y entonces te das cuenta de que esa pared es de humo, que no está ahí...Es entonces cuando avanzas con decisión llegas hasta ese punto donde tantos golpes te habías dado y pasas como si jamás hubiera pasado nada.

Esa voz suele venir de la gente que te conoce, de la gente que te quiere, que de forma directa o indirecta te llevan a destruir muros de humo. Y desde hace algún tiempo esa voz en mi vida ha tomado un timbre concreto, es una voz que provoca la misma sensación en mí que cuando escuchaba esas canciones que me hacían saltar, bailar y cantar como un loco para librarme de todo lo malo, como hacían los gurús con sus danzas primitivas. Una voz que con un sólo "vamos Navarro que tú puedes" me da el impulso para sonreír y tomar distancia esos días de muros y humo.

A ti y a todos los que con su cariño me hacen afrontar los días sabiendo que cuando llegue la noche me sentiré orgulloso de lo que soy y de lo que me rodea.

jueves, 21 de enero de 2016

A MIS COWFACERS

Amanecí con esa sensación de extrañeza, de desorientación...-¿Dónde estoy?- Mi mente se pone en movimiento después de una de esas noches en las que tu cuerpo y tu mente rozan la muerte y despiertas con la sensación de haber resucitado de un sueño casi eterno.

Miro a mi alrededor y entonces me doy cuenta, veo a uno de ellos en la cama de al lado y recuerdo, es uno de esos viajes que sé que quedarán en mi memoria mientras la enfermedad o la muerte no lo impidan. Son mis compañeros de viaje, un viaje que hemos decidido hacer sobre las dos ruedas, la familia que hará que la aventura del día a día sea mucho más sencilla de lo que sería sin ellos.

Afortunados somos aquellos que hemos conducido con el sol a las espaldas apunto ya de esconderse, rodeados por tus hermanos y precedidos por nuestras sombras mientras sientes el inmenso orgullo de llevar en tu espalda el mismo símbolo que ellos. Es la sensación de creer firmemente que el día que las dos ruedas ya no nos puedan llevar al horizonte como ahora lo hacen, nuestras almas se encontrarán para recordar lo que vimos y aquello que nos falta por ver, porque todos los años de la eternidad son pocos para disfrutarlos a vuestro lado.

En el atardecer su rugir se intuye
son los ocho que se dirigen sin quererlo
como un condenado que huye
hacia un horizonte que parece eterno

lunes, 14 de abril de 2014

Sólo descansar

Escucho una voz familiar, es él. Mi mente no alcanza a recordar de qué lo conozco, intuyo que lo hago desde hace mucho tiempo, aunque perdí la noción del mismo y ya no se lo que es mucho o lo que es poco. Pero él, su voz, su ternura, su cariño al hablarme, sólo sé que lo recuerdo porque siempre es él. Me mira, me mima, me besa y me dice lo guapo que soy, y la verdad, debo de serlo, porque su cara no admite dudas, el más guapo soy yo...lo sé.

De repente empiezan a mover mi silla...¿Se puede saber qué hacéis joder? con lo a gusto que yo estaba. Pero entonces vuelvo a ver su cara enfrente de la mía -Tranquilo cariño, soy yo, nos vamos a levantar ¿vale? que hay que ir al baño- Mis labios consiguen articular un "Sí", creo que me ha entendido porque vuelve a insistir -¿Quién es el más guapo?- Yo -Pues tú, hombre- Ya lo sabía, pero gracias. Venga vamos, un esfuerzo y...arriba. Siento un dolor en el pie al apoyarlo, no se por qué está ahí ese dolor, pero él quiere que vaya a su lado, no recuerdo adonde ni por qué, pero da igual, es él.

Empiezo a sentirme cansado, siento que me pesa todo el cuerpo no sé que hago aquí de pie ni por qué me tocan tanto, sólo tengo ganas de descansar, pero no me dejan, me tocan, me mueven y me duele y sólo quiero descansar. Pero otra vez, de nuevo su voz, miro y consigo ver su cara y comienzo a entender lo que me dice -A ver cariño, tienes que colaborar, te vamos a poner el pijama y vamos a acostarnos. Pero tienes que ayudarnos ¿Vale?- Su voz, esta vez la noto cansada, la noto tensa, pero sí, es él, es ese cariño, me quiere y yo quiero descansar y él quiere que descanse, esa voz siempre consigue calmarme.

¿Será normal sentirse así?, tan débil, sólo quiero descansar. Sólo quiero volver a cerrar los ojos y volver a soñar, pero ¿soy capaz de soñar?, quiero descubrirlo. Un último esfuerzo, y vuelvo a sentir ese mullido colchón. Entonces lo vuelvo a escuchar, otra vez esa voz -Ya está cariño, ya está- ya está. Siento sus labios besando mi frente, de nuevo esa dulzura en su voz, otra vez ese profundo amor, sólo se que si decido volver de mis sueños quiero volver a escucharte, yo también te quiero -A descansar cariño- A descansar.

lunes, 26 de agosto de 2013

Lujo, Gin-tonics y el masoquismo

Pues que digo yo que no todo va a ser siempre lamentarse y pensar que la vida es una mierda porque no tienes una casa en Marbella. Qué cojones, ¿Para qué quieres una casa en Marbella si te van a tachar de corrupto, de mafioso o de títere de un sistema esclavista? O quizá es que quieres convertirte en esa especie de ser humano a la que le gusta que le cobren 25 euros por un gin-tonic, así sin más, porque te ofrecen un sitio donde sentarte y estar ro
deado por gente a la que le gusta sentirse igual que tú, sí, puede que sea eso lo que cueste los 25 euros, la sensación de ver que no eres el único al que le gusta gastarse el dinero por que sí.
Ahora enserio, cuando os entren esas ansias masoquistas pensad en vuestro pasado. Habéis tenido que experimentar esa sensación de felicidad más de una vez, una felicidad algo más duradera que aquella producida por la necesidad de querer siempre más y más. Recordad de pequeños, escuchando embelesados a vuestros abuelos o a vuestros padres contando historias de un tiempo que a ti te parece tan lejano, pero que para ellos es casi tan cercano como el día anterior. Las tardes en que terminar los deberes se convertía en la hazaña necesaria para poder ir a jugar con tus amigos, amigos que con suerte aún conservas. Amigos con los que probablemente probarías tus primeros tragos sin que tus padres se enteraran, o por lo menos eso creías tú. Por aquellos tiempos era cuando realmente te dabas cuenta de la ironía que entrañaba la frase “¿Tú crees que nosotros somos tontos o que nos chupamos el dedo?” Entonces tus padres pensarían, que quizá si vivierais en Marbella su hijo no habría probado el alcohol aún, total, su paga es de 10 euros.
Es evidente que no se puede vivir sin un plato de comida en la mesa, ni sin un techo bajo el que dormir...en fin es evidente que para vivir se necesita una cierta estabilidad, pero a partir de ahí el dinero no creo que implique un mayor nivel de felicidad. Una persona puede ser feliz en un almuerzo con unos litros y unos bocadillos hablando con sus amigos y puede ser feliz en el puerto de Marbella tomando un gin-tonic por 25 euros. Pero lo segundo no implica un mayor grado de felicidad, aunque el que lo haga intente aparentar que sí, para que no nos demos cuenta de que lo que en realidad le va es el masoquismo.
La felicidad se consigue disfrutando de aquello que tenemos, de las personas que nos rodean, escuchando música, luchando por aquello que creemos justo y siendo consecuente con lo que pensamos. Qué cojones, y tomando un buen cubalibre.


PD: Dejaos ya de Gin-Tonics y probad un buen ron con limón.